Преодолевая тяжкое «наследие Тиберия». Представления уходящего поколения республиканцев о «преобразовании» и «примирении» в эпоху перехода Испании от диктатуры к демократии
Преодолевая тяжкое «наследие Тиберия». Представления уходящего поколения республиканцев о «преобразовании» и «примирении» в эпоху перехода Испании от диктатуры к демократии
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Название публикации (др.)
Contra el “Mal de Tiberio”. LAS IDEAS DE “TRANSICIÓN” Y “RECONCILIACIÓN” DE LOS ÚLTIMOS REPUBLICANOS DURANTE LA TRANSICIÓN HACIA LA DEMOCRACIA EN ESPAÑA
Код статьи
S0044748X0026334-6-1
Тип публикации
Статья
Статус публикации
Опубликовано
Авторы
Мовельян Аро Хесус  
Аффилиация:
Университет Кантабрии
Университет Ла Риоха
Выпуск
Страницы
77-87
Аннотация

Историография испанского республиканизма в период перехода страны к демократии не столь обширна; имеющиеся материалы преимущественно сконцентрированы на проблематике эмиграции, вызванной поражением Республики в гражданской войне. В настоящей статье рассматриваются идеи «перехода» и «примирения», разработанные уходящими представителями «исторического» республиканизма в правительстве Испанской Республики в изгнании, а также в политической партии «Испанское республиканское демократическое действие» — наследнице Республиканской левой партии Мануэля Асаньи и Республиканского союза, основанного Диего Мартинесом Баррио и Феликсом Гордоном Ордасом.

Ключевые слова
Испанский республиканизм, переход Испании к демократии, диктатура Франко, Республиканские левые, Мануэль Асанья, Франсиско Хираль
Классификатор
Получено
11.02.2023
Дата публикации
21.07.2023
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1 Hay dos frases de Tiberio que definen su infinita soledad espiritual, sin amarras con el pasado ni con el porvenir. Las dos las refiere Séneca. Una vez, un hombre cualquiera se dirigió a Tiberio y comenzó a hablarle, diciéndole: «¿Te acuerdas, César...?» y el César le atajó sombríamente: «No, yo no me acuerdo de nada de lo que he sido». La otra frase es un versículo griego que Tiberio repetía muchas veces y que dice su renunciación a toda esperanza: «¡Después de mí, que el fuego haga desaparecer la tierra!» [1, p. 175].
2 Tiberio, en la obra del doctor Marañón, aparecía representado en citas como ésta mostrando la soberbia de quien ha ostentado el poder absoluto y, por otro lado, de su desprecio por el pasado. Al menos, por aquellos espacios del pasado que podían condicionar, bien la memoria colectiva sobre un periodo, bien la propia consolidación de tal memoria en el propio conocimiento histórico. En no pocas ocasiones, el consenso y las políticas públicas de memoria han dirigido, en un sentido o en otro, el conocimiento y transmisión de un proceso histórico entre los distintos sectores de la sociedad. Durante la transición hacia la democracia en España, la memoria de quienes se mantuvieron fieles a las instituciones republicanas del exilio quedó circunscrita a sus propios correligionarios y simpatizantes, condicionados por su avanzada edad y la mínima relevancia política de su proyecto después de la muerte del dictador Francisco Franco.
3 En los estudios sobre la transición hacia la democracia, el trabajo historio-gráfico destinado a los últimos representantes del republicanismo histórico ha sido exiguo [2; 3; 4; 5; 6, p. 35-56; 7). Los grandes espacios comunes y simbólicos sobre los que se asentó la Transición (tales como el ‘consenso’, la ‘reconciliación’ o la ‘superación del pasado’) hicieron que los últimos republicanos españoles sucumbieran a su propia desaparición, condicionada igualmente sobre sus limitaciones y problemas para llevar a cabo una acción política acorde al proceso que se inició después de noviembre de 1975.
4 No obstante, en las siguientes páginas se intentará ofrecer una breve explicación sobre la idea que los republicanos de Acción Republicana Democrática Española (ARDE) y de las instituciones del Gobierno de la República en el Exilio tenían sobre la ‘transición’ o la ‘reconciliación’ que podían esperar de un proceso de apertura como el que se inició en España después de la muerte de Franco. La importancia de estudiar el discurso político de los últimos representantes del republicanismo histórico español (con todos los matices necesarios y teniendo en cuenta la realidad del exilio posterior a 1939) es fundamental para comprender lo que pensaban y defendían quienes se sentían los herederos más legítimos de la Segunda República, sus instituciones y su legado político y cultural.
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¿QUÉ QUEDABA DEL REPUBLICANISMO ‘HISTÓRICO’ DURANTE LA TRANSICIÓN?

6 Con motivo de la conmemoración del cuadragésimo quinto aniversario de la proclamación de la Segunda República, José Maldonado, a la sazón presidente de la República en el exilio, reflexionaba sobre la situación política y las posibilidades reales de cambio en España tras la muerte de Franco: […] Desde hace unos años y cada día con trazos más firmes [se percibe] el resurgir de una conciencia ciudadana. La aparición de hombres de las nuevas generaciones, pertenecientes a todos los estratos de nuestra sociedad […] aspiraban a establecer un sistema de convivencia civil basado en la práctica de los principios democráticos. […] Iban a sumar sus esfuerzos a los de los veteranos que, en diferentes organizaciones políticas y sindicales, no habían dejado nunca […] de estar decididamente en la brecha. […] Paralelamente a este fenómeno interno, se acentuaba en el exterior, principalmente en Europa, una corriente de opinión que […] condicionaba el acceso de España a las estructuras esenciales de la Europa en formación a la previa democratización de sus instituciones públicas. […] En ese ambiente, fallece el general Franco y se produce el advenimiento al trono de Juan Carlos de Borbón. […] Si hoy el heredero de Franco no parece decidido a aceptar la parte “espiritual” de la herencia no es porque esté arrepentido del juramento de fidelidad solemnemente prestado y ratificado, sino […] porque aspira a conservar la Corona.
7 Si la monarquía de Juan Carlos I era una prolongación de la dictadura de Franco y no podría contribuir a una democratización sincera de la vida pública… ¿Cuál era la salida? Maldonado lo tenía claro: “La República, nuestra República democrática, parlamentaria y social, es hoy la solución más hacedera, más actual, para restablecer en paz la convivencia entre los españoles, entre todos los españoles. […] La República es, además, el orden republicano, […] que emana del libre consentimiento de los ciudadanos. La República, nuestra República, permite dar satisfacción a las legítimas aspiraciones de los pueblos de España y a las que […] recaban hoy casi todas las regiones. Y si, saliendo de los problemas internos miramos al exterior, hemos de comprobar que la conveniente y deseada incorporación de España a Europa no ha de tener obstáculos con la República, sino al contrario su más indiscutible consagración. Españoles: En 1931 supimos salir democráticamente de una dictadura e instaurar la República. ¡Que en 1976 sepamos crear un impulso análogo que conduzca de nuevo a la República!” [8].
8 Como ya demostramos en Los Últimos de la Tricolor, la idea de República, con mayúscula, que los republicanos españoles defendían aún en los años setenta se basaba en su asimilación directa a la propia idea de democracia. Más allá de la república como forma de Estado, la República significaba todo: era, en definitiva, la Res Publica que hacía posible la consumación de las libertades democráticas [9]. En la primavera de 1976, Maldonado no sólo se detenía a criticar la supuesta impostura de la monarquía e instituciones postfranquistas en lo referente a una posible apertura, sino que reivindicaba como solución que las distintas fuerzas de la oposición mirasen hacia “nuestra República”.
9 Sin embargo, ¿a quiénes se refería José Maldonado cuando hablaba de nuestra República? A partir de 1939, la España republicana (con todos sus matices y en toda su diversidad) fue condenada a lo que Fernando Valera definió elocuentemente como los tres ierros: entierro, encierro o destierro. Desde el exilio, los representantes de las instituciones republicanas, restablecidas en México en 1945, continuaron reivindicando su legitimidad ante la comunidad internacional y frente al régimen de Franco. A mediados de la década de los setenta, no obstante, los apoyos al Gobierno de la República en el Exilio (GRE) y a lo que quedaba de las Cortes eran testimoniales. La oposición al régimen franquista se había disgregado con el paso de las décadas y había seguido distintos caminos y, precisamente, hacia los años setenta las grandes alianzas y confluencias por una transición hacia la democracia habían dejado atrás la defensa de la Segunda República como alternativa a la dictadura [10]. Como explicó hace años Juan Antonio Andrade, las tácticas de los dos grandes partidos de la oposición antifranquista, el Partido Comunista de España (PCE) y el Partido Socialista Obrero Españols (PSOE), reajustaron su discurso político, su programa y, ante el proceso de democratización en España a partir del desmantelamiento de las instituciones franquistas, reformularon buena parte de sus respectivos idearios (en particular el PCE, que se había consolidado como la principal fuerza de la oposición al régimen en el interior) [11].
10 Maldonado interpelaba tanto a los españoles del exilio como a los del insilio [12; 13], en tanto que jefe del Estado republicano desterrado. Nuestra república era la de todos los españoles demócratas, más allá de diferencias ideológicas o de clase. Era, en suma, una apelación conciliadora a la unidad del antifranquismo en un momento en que la monarquía de Juan Carlos I no parecía dar pasos claros hacia la democracia, con un gobierno continuista (el de Arias Navarro) y ante un contexto sociopolítico incierto, incluso, para la propia Corona. Sin embargo, la realidad era que el GRE sólo contaba con el apoyo de un sector del PSOE (la fracción histórica a la que, hasta 1972, había personificado el liderazgo de Rodolfo Llopis [14]) y, sobre todo, del último partido republicano español: ARDE, fruto de la fusión, entre 1959 y 1960, de Izquierda Republicana (IR) y Unión Republicana (UR) [15]. En menor medida, personalidades procedentes del Partido Nacionalista Vasco (PNV), el gobierno de Euskadi o la Generalitat en el exilio manifestaron su solidaridad, por ejemplo, enviando a Maldonado felicitaciones por sus discursos conmemorativos anuales del 14 de abril, pero salvo en el caso del President Josep Tarradellas, las demás adhesiones se hacían a título personal1. En rigor, el GRE podía dirigirse a la opinión pública española, pero al igual que en su seno sólo había persona-lidades de ARDE, sus receptores eran igualmente limitados. La simbiosis entre instituciones exiliadas y la última fuerza política republicana que po-demos considerar “histórica” dificul-taba la visibilidad de ambas en mitad de un proceso incierto como fue el posterior a la muerte de Franco.
1. Las cartas a José Maldonado pueden consultarse en el fondo “Correspondencia oficial de José Maldonado como presidente del Gobierno de la República en el Exilio”. AHA/JMG_31107/2. No deja de resultar curioso que en un archivo estatal como es el AHA (Archivo Histórico de Asturias) se catalogue como “presidente del gobierno” a quien era, realmente, presidente de la República; el cargo de jefe de gobierno en el exilio lo ostentó, durante la presidencia de Mal-donado, Fernando Valera. Este tipo de imprecisiones nos demuestra el nivel de desconocimiento actual sobre la situación del GRE o, más allá, de la organización institucional de la Segunda República más allá de trabajos especializados en la materia.
11 Por consiguiente, los últimos repre-sentantes del GRE se dirigían, en realidad, a los suyos: los últimos re-publicanos de ARDE quienes, desde la primavera de 1975, ya se habían reorganizado (con sus propias limita-ciones) en el interior de España para intentar participar en mitad de un futuro proceso de apertura política, si es que éste llegaba a tener lugar. La comunidad del exilio reconocía el valor simbólico de las instituciones republi-canas pero, más allá de esto, la dura y certera afirmación de Àngel Duarte sobre el republicanismo trasterrado se ajustaba a la realidad de mediados de los años setenta: “En el exilio, el republicanismo vivió una lenta agonía. […] Los materiales y las propuestas republicanas se fueron anquilosando, calcificando. Se preservaron como se preservan ciertas especies exóticas de gran valor en los jardines botánicos. Fuera de su medio ambiente lo republicano languideció.” [16, p. 289]
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¿Hasta cuándo? Hoy, s.f. FUE_ARE.P/FV/652

13 Incluso podemos observar representaciones visuales que satirizaban aquella debilidad del republicanismo español. En una caricatura del diario Hoy, (presumiblemente de inicios de 1977) se representaba al GRE como una armadura vacía, apuntalada y con el brazo derecho sostenido por un charro mexicano (alegoría del propio gobierno de México, único que aún reconocía al gobierno exiliado). La pregunta que daba título a la imagen ironizaba sobre, por una parte, la existencia del GRE como un vestigio del pasado, mastodóntico y hueco y, por otra, el apoyo de un país al que se preguntaba directamente hasta cuándo continuaría sosteniendo tal anacronismo, en detrimento de relaciones más provechosas con la “España oficial”:
14 Con todo, y aun admitiendo un acusado desgaste tanto político como biológico, los republicanos de ARDE (y, en menor medida, los últimos líderes del GRE) sobrevivieron a Franco y plantearon su propia propuesta de ‘reconciliación’ durante los primeros momentos de la Transición. Más allá de la soledad y la falta de ‘músculo’ político que se ha tendido a achacar al republicanismo español prácticamente desde 1939, comprobaremos cómo las propias instituciones postfranquistas contribuyeron a que los líderes de ARDE y del GRE (disuelto en junio de 1977, tras las elecciones en España) rubricaran prácticamente su final y, con él, el de la larga historia del republicanismo español.
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ADAPTARSE, IMPROVISAR… ¿SOBREVIVIR?

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Ante la cada vez más cercana muerte de Franco, la ‘transición’ de los republicanos (y, con ella, la de la reconciliación que igualmente defendían desde otras formaciones de la oposición antifranquista) se basaba, aún en los años setenta, en la instauración de un gobierno sin signo institucional que abriera un proceso constituyente. A partir de éste, y tras la celebración de un referéndum, el pueblo español decidiría la forma de Estado que desease. La alternativa de una transición a partir de un gobierno provisional había sido una de las propuestas discutidas en el exilio posterior a 1939, pero buena parte de las fuerzas políticas del destierro y la clandestinidad habían ido dejando atrás esta propuesta. En todo caso, se habían adoptado versiones cada vez más pragmáticas en las que la negociación con elementos procedentes de la dictadura franquista cristalizó en iniciativas como la de la Junta Democrática de 1974. Los republicanos de ARDE y del GRE, en cambio, continuaban defendiendo la consulta electoral como paso previo no ya únicamente para una transición hacia la democracia, sino entendiendo ésta como antesala para la restauración del régimen republicano.

17 Ésta, con mayúscula, era para los republicanos sinónimo de democracia y, por necesidad, suponía el reconocimiento de la república como forma de Estado alternativa a la monarquía de Juan Carlos I, ilegítima por cuanto descansaba sobre los pilares del Movimiento Nacional y sus leyes [17]. Las propuestas de los grandes partidos de la oposición, así como el reformismo del gobierno de Suárez a partir de julio de 1976 formaron parte de lo que los últimos jefes de gobierno y de la República en el exilio (Fernando Valera y José Maldonado, respectivamente) definieron como la simulación democrática, sobre todo tras la aprobación de la Ley para la Reforma Política (LRP) o la convocatoria de elecciones para junio de 1977 [18]. A finales de abril de 1976, en otro discurso conmemorativo, José Maldonado dejaba claro que, para evitar aquella simulación y alcanzar la verdadera reconciliación entre españoles era necesario que se persiguiera un ideal de “democracia plena”: “[…] No hay democracia sin partidos y no puede haber mañana […] una democracia republicana, como la que aquí todos deseamos, sin previos partidos que la establezcan. La República -por la que hoy, dicho sea de paso, los partidos sólo pueden luchar con eficacia dentro de España- no puede apoyarse en ficciones, por bien intencionadas que sean. Tampoco puede advenir por medio de ningún mágico conjuro. La República no será nunca una gracia que se nos confiera sin esfuerzo. Es un bien, un bien inestimable, que es preciso saber conquistar”. [19]
18 Para “conquistar” la República era fundamental que los partidos políticos participasen en España con todas las garantías. ARDE, como última fuerza representante del republicanismo histórico español, se había fundado y desarrollado, principalmente, en el exilio mexicano y francés. A las alturas del otoño de 1976, el partido, presidido por Francisco Giral, inició el camino hacia una posible participación en la vida política española ante la promesa de reformas que había anticipado Adolfo Suárez desde el mes de septiembre. Por otro lado, el progresivo distanciamiento de ARDE con las instituciones del GRE formó parte de la estrategia de la dirigencia del partido para lograr, después de la aprobación de la LRP y ante la convocatoria de elecciones legislativas en junio de 1977, la legalización.
19 Sin embargo, los republicanos pronto comprobaron que la tan ansiada reconciliación planteada desde el gobierno de Suárez y las grandes confluencias políticas de la oposición democrática no observaría la inclusión de ARDE en el proceso. El via crucis de los republicanos históricos hacia su legalización condicionó su supervivencia posterior [20]; el legitimismo en torno a la Segunda República, sus valores e ideales lastraba irremediablemente la acción política de ARDE. Al mismo tiempo, este comportamiento generaba confusión entre quienes entendían que, si la oposición antifranquista era, per se, republicana, enarbolar la bandera tricolor a mediados de los años setenta como principal identidad era una muestra de radicalismo y un anacronismo. El ministro de la Gobernación durante los meses previos a las elecciones de 1977, Rodolfo Martín Villa, recordaba cuarenta años después la situación de ARDE con un tono de pretendida incredulidad: “[…] Entendíamos que toda la oposición era republicana. Todos eran republicanos: los socialistas, los comunistas y luego los catalanes. Nos parecía algo raro que hubiera grupos como ARDE que se considerasen, sin más, «republicanos». ¿Qué eran entonces? ¡Si todos lo eran! […] El exilio2 hizo que los republicanos vivieran engañados y con una idea muy equivocada de España, [por]que los últimos quince años de Franquismo se había pegado un cambio social y político enorme. […] Aquí no íbamos a negociar sobre la forma de Estado […]. Eso no se tocaba; aquí de lo que se trataba era de hablar sobre dictadura o democracia, como decía Carrillo, y en ésas estábamos” [21].
2. Cuando Martín Villa hablaba en estos términos del “exilio” se refería, sobre todo, a las instituciones del GRE, dejando claro que su visión distorsionada de la realidad había perjudicado la integración de ARDE en la Transición. Un juicio, de todos modos, a posteriori y que el exministro sólo era capaz de emitir al hacerlo desde el presente en el que fue entrevistado (noviembre de 2017).
20 En buena medida, el relato de Martín Villa deja entrever algunos de los problemas que tradicionalmente se ha achacado a los últimos republicanos: falta de realismo, desconexión con la vida política y social española de los años setenta y, en suma, un estado de ensoñación y ensimismamiento que conllevaba su autodestrucción. Desde el otro lado, en cambio, la percepción que se tenía de las instituciones postfranquistas fue de represión y de miedo. Aun después de enviar toda la documentación requerida a la Dirección General de Seguridad, dependiente del Ministerio de la Gobernación, los republicanos de ARDE no pudieron concurrir en las elecciones del 15 de junio de 1977. Las dificultades en el proceso de legalización, que hemos tratado con anterioridad en otros trabajos [9, p. 213-244; 22], conllevó que los últimos representantes de un republicanismo demoliberal, moderado y reformista se mantuvieran en la ilegalidad junto a otras seis decenas de partidos políticos de muy distinta tendencia ideológica y propuestas.
21 Asimismo, el encarcelamiento durante apenas veinticuatro horas de algunos de los líderes de ARDE en los sótanos de la Puerta del Sol el 13 de abril de 1977 sirvió para atemorizarlos y, de paso, remarcar que lo republicano y la reivindicación de la Segunda República, en aquellos momentos, se veía desde el Estado como un acto de subversión peligroso para la convivencia y la reconciliación. Por otro lado, la manera de los líderes de ARDE de adaptarse e improvisar sus propias tácticas para sobrevivir a aquellos primeros momentos resultó fútil. El distanciamiento con el GRE no sólo fue duramente criticado por algunos miembros del partido que vieron en ello una traición a sus últimos titulares3, sino que la disolución del gobierno exiliado el 21 de junio de 1977 y la legalización, en agosto, de ARDE sólo certificó la exigua relevancia que los republicanos tenían en el contexto político de la Transición. La escisión de las bases del partido y de una parte de la dirigencia tras el congreso celebrado en octubre de 1977 marcó un punto de no retorno: la refundada IR, a partir de la fracción disidente de ARDE, fracturó aún más a los últimos representantes del republicanismo histórico español. Tras haber sobrevivido a un largo exilio y a la muerte, incluso, de Franco, las limitaciones de ARDE para organizar la acción política en España, el peso únicamente simbólico del GRE en la esfera internacional y el rechazo frontal del gobierno postfranquista a cualquier manifestación prorrepublicana sirvieron de elementos aceleradores para el desgaste final de ARDE y las instituciones de la República en el exilio.
3. Sólo habría que detenerse, por ejemplo, en la furibunda carta de Sigfrido Blasco Ibáñez a José Maldonado y Fernando Valera, en la que el hijo del célebre escritor valenciano no tenía reparo alguno en describir a Francisco Giral, a la sazón presidente de ARDE, como “un mierda”, “imbécil”, “impolítico” o “majadero ambicioso”, entre otros rasgos nada favorecedores. Véase: carta de Sigfrido Blasco Ibáñez a Fernando Valera y José Maldonado. Valencia, 21 de junio de 1977. AHA/JMG_31107/02
22

CONCLUSIONES

23 La defensa de la Segunda República, su obra constitucional y su memoria como experiencia democrática era un tabú a mediados de los años setenta. No lo era, irónicamente, entre una sociedad que demandaba conocer su pasado cada vez con mayor interés, sobre todo para una generación que ya no había luchado en la Guerra Civil ni formaba parte de los llamados “niños de la guerra”, pero sí lo continuaba siendo entre quienes entendían que la reconciliación pasaba, necesariamente, por “echar al olvido” el trauma colectivo del conflicto [23; 24; 25]. Guerra y República iban de la mano al asimilarse, desde una lectura teleológica desarrollada durante la dictadura franquista, que el régimen republicano llevó de manera inevitable a la deflagración fratricida.
24 Los republicanos de ARDE y del GRE eran, no obstante, un caso excepcional. Los últimos representantes del republicanismo histórico reivin-dicaban el pasado del periodo 1931-1936 como hito fundacional de su propia visión sobre la democracia, el retorno de la soberanía nacional, la justicia social o la regeneración de la patria. A partir de ahí, su acción política buscaba acomodo en el proceso de democratización español entendiendo (tal vez con excesivo candor) que su existencia en una monarquía era tan válida como la de los monárquicos durante la Segunda República. Más allá de esto, en trabajos anteriores hemos demostrado que el pasado al que remitían los republicanos era, prácticamente, el de la idealización del 14 de abril de 1931 y del primer bienio del régimen republicano, así como sus reformas legislativas [26]. Era difícil encajar este tipo de discursos (actualmente vinculados al conmemoracionismo sobre la Segunda República como experiencia democrática o, desde las instituciones actuales, a lo que se ha dado en llamar la memoria democrática) en el contexto sociopolítico de los años setenta. Mientras los líderes de ARDE y el GRE entendían que su ideario encarnaba los valores más puros del pensamiento demócrata y liberal español, los líderes del gobierno postfranquista y de la oposición democrática se habían centrado en el debate entre democracia y dictadura, dejando atrás veleidades legitimistas sobre una “locura colectiva” de la que toda la sociedad había sido culpable en la misma medida [27].
25 Por consiguiente, la reconciliación y la transición planteadas tras la muerte de Franco entre gobierno y oposición dejaron de lado cualquier reivindicación sobre lo republicano por considerarlo una amenaza a la convivencia y, además, un rasgo tan vago como común al conjunto de la oposición democrática (el de la república como forma alternativa de Estado) sobre el que no había discusión. Así, mientras los republicanos de ARDE y de las instituciones del GRE intentaron defender su propia idea de reconciliación a partir del republicanismo que los caracterizaba, el consenso de la Transición se asentó sobre la omisión de cualquier referencia a la República por su carácter disruptivo y amenazante. Si a esto unimos la ineludible debilidad de los últimos republicanos históricos, no es difícil concluir que, en aras de la reconciliación, la supervivencia del republi-canismo fue imposible. Admitía, así, Fernando Valera a José Maldonado la debilidad del GRE ya en diciembre de 1976, ante la certeza de que México dejaría pronto de reconocer diplomáticamente a las instituciones exiliadas: “[…] Todos, amigos y adversarios, compatriotas y extranjeros, se conducen como si nuestra legitimidad fuera ya un anacronismo, digno de admiración para unos, de ironía no exenta de respeto para otros. En realidad, sospecho que hemos sido durante muchos años un estorbo para los que se iban inclinando sucesivamente y cada vez más numerosos ante la penosa realidad. […] Sin duda, los tiempos han cambiado y nosotros nos hemos quedado atrás. […] Cualquiera que sea el desaliento con que yo vivo estas horas de soledad, no pierdo la esperanza, casi diré la certeza, de que un día se nos hará la justicia que merecemos”. [28]
26 Después del proceso de transición y de la consolidación de la democracia actual, las propuestas de quienes definimos como los últimos de la Tricolor se diluyeron en un sistema parlamentario eminentemente bipartidista. Desde las izquierdas, la República apareció y desapareció dependiendo de su interés para la construcción de relatos sobre el pasado que sirvieran, directamente, a intereses electorales, del PSOE hasta Unidas Podemos, pasando por Izquierda Unida (probablemente la formación más cabal en cuanto a su “afiliación”, que no “filiación”, republicana [9, p. 74-98]). El pragmatismo que caracterizó la democratización del periodo 1975-1982 no sólo enterró el idealismo republicano de ARDE o de los últimos titulares del GRE, sino que lo convirtió en un conjunto de categorías y espacios comunes que, actualmente, han llevado a la utilización simplista de la República y lo republicano como oposición meramente antimonárquica (o, más allá, antisistema) del “Régimen del 78”.
27 No hubo, en rigor, reconciliación alguna para los republicanos de ARDE y del GRE, sino que fueron los grandes derrotados de la Transición, al igual que lo fueron los representantes del anarquismo o el carlismo, por ejemplo [29; 30]. La inexistencia posterior de una alternativa genuinamente republicana quizás haya condicionado, en la actualidad, que las reflexiones en la vida pública sobre la Res Publica y sus valores estén llenas de imprecisiones y anacronismos que han permitido que se popularicen relatos pretendidamente “revisionistas” sobre la Segunda República y la Guerra Civil en los medios de comunicación y, por ende, entre buena parte de la sociedad. Quizás, por otro lado, la preponderancia de esos mismos relatos y ocurrencias de pseudohistoriadores y propagandistas se deba a una ausencia casi absoluta de pensamiento en clave histórica; en tal caso, la responsabilidad recae sobre nosotros, los historiadores, por nuestras dificultades para hacer divulgación del conocimiento más allá del ámbito científico y académico. No estaría de más reflexionar sobre esto último.

Библиография

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8. Ambas citas, procedentes del “Mensaje del presidente de la República Española en el Exilio, José Maldonado, con motivo del 45º aniversario de la proclamación de la Segunda República”. París, 14 de abril de 1976. AHA/JMG_31109/2, pp. 1-6 passim.

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19. “Discurso conmemorativo del 14 de abril, de José Maldonado, ante representaciones del gobierno de Méjico, de la Generalidad de Cataluña y del gobierno de Euzkadi” (sic). París, 25 de abril de 1976. AHA/JMG_31109/02, pág. 6.

20. Castellanos López J.A. El republicanismo histórico en la transición democrática: de la lucha por la legalidad a la marginalidad política. J. S. Pérez Garzón (ed.). Experiencias republicanas en la Historia de España. Madrid, Los Libros de la Catarata, 2015, pp. 289-344.

21. Fragmento de las declaraciones recopiladas por el autor a Rodolfo Martín Villa. Entrevista realizada en Madrid, el 15 de noviembre de 2017.

22. Movellán Haro J. Ni Caudillo ni Rey: República. El republicanismo español como proyecto alternativo a la reforma política de la Transición (1975-1977). Alcores. Revista de Historia Contemporánea. España, 2017, n.º 21, pp. 187-208.

23. Juliá S. Elogio de Historia en tiempo de Memoria. Madrid, Marcial Pons, 2011, 240 pp.

24. Juliá S. Cosas que de la Transición se cuentan. Ayer. Valencia, 2010, nº 79, pp. 297- 319.

25. Juliá S. De Transición modelo a Transición régimen. Bulletin d’histoire contemporaine de l’Espagne, nº 52, 2017, pp. 83-95.

26. Movellán Haro J. Pasado y memoria del republicanismo español durante los primeros años de la transición hacia la democracia. Hispania. Madrid, 2022, n.º 270, pp. 233-255.

27. Moradiellos E. Ni gesta heroica ni locura trágica: nuevas perspectivas históricas sobre la guerra civil. Ayer, nº 50, 2003, pp. 11-39.

28. Carta de Fernando Valera a José Maldonado. México, 6 de diciembre de 1976. AHA/JMG_31107/02, pp. 2-4 passim.

29. González Pérez H. La historiografía sobre la CNT en la Transición: una necesaria revisión de sus planteamientos”. Historiografías. Zaragoza, 2021, nº 22, pp. 90-115.

30. Senent Sansegundo J.C. El carlismo entre el tardofranquismo y la transición: la redefinición ideológica. Tesis doctoral, Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2021.

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